La dieta, el peso de la herencia o el envejecimiento pueden hacer que el organismo empiece a acumular en el interior de sus arterias grasas y otras sustancias que vayan taponando progresivamente su luz y que deriven en un infarto de miocardio o un ictus. Cuando el ataque al corazón se produce, la inflamación y otros procesos que se ponen en marcha en el cuerpo ante ese accidente deterioran gravemente los tejidos cardíacos. Diversas investigaciones están centradas en una lucha de diversos frentes para, por un lado, prevenir la formación de la placa de ateroma en las arterias y, por otro, reducir la cadena de factores que merman el músculo cardiaco tras un infarto.
Una de esas investigaciones es la que recoge esta semana la revistaScience Translational Medicine en la que investigadores de diferentes centros médicos de Australia, Estados Unidos y Alemania han desarrollado un compuesto para reducir la inflamación tras un infarto y con ella mejorar los síntomas asociados a éste.
Cuando se produce un infarto, el organismo trata de reparar la falta de sangre y oxígeno que se genera y envía cargamentos de células para luchar contra ese peligro. Un tipo de las células que intervienen en esa lucha son los monocitos, que viajan por la sangre hasta el tejido dañado. Una vez allí se transforman en macrófagos cuya misión es eliminar cualquier enemigo del organismo y reparar el tejido. Sin embargo, esta reacción que, en innumerables ocasiones tiene evidentes beneficios, en un infarto genera más problemas que bondades. Así lo constataba un artículo publicado en American Heart Journal en 2012 que evidenció que los pacientes tras un infarto que tenían mayores niveles de monocitos en sangre evolucionaron peor.
«Ésta es la primera terapia que se dirige específicamente contra un factor clave que genera el daño que se produce tras un infarto. No hay ningún otro tratamiento en el horizonte que haga esto. Esta terapia tiene el potencial de transformar la forma como se tratan el infarto y la enfermedad cardiovascular», afirma el principal investigador de este trabajo, Daniel Getts, de la Facultad de Medicina Feinberg de la Universidad Northwestern de Chicago (EEUU).
El estudio, que de momento sólo se ha realizado en animales, demuestra que la administración por vía intravenosa de unas micropartículas cargadas negativamente, denominadas IMPs, es capaz de reducir la presencia de monocitos inflamatorios en la sangre de estos animales. Y además se evidencia el mecanismo por el que se reducen estas células y que consiste en que una vez que las micropartículas captan los monocitos ese cóctel en lugar de ir al corazón (o a otros órganos) va derecho al bazo donde se elimina.
Además, han evidenciado que esta estrategia es útil en otras patologías, como las enfermedades autoinmunes, encefalomielitis, colitis, etc. «Creo que esta herramienta tiene más sentido aplicarla a las enfermedades autoinmunes en su fase aguda, porque si se elimina de la circulación los monocitos puede tener consecuencias importantes, como la inmunosupresión, por eso podría tener más impacto cuando ocurre una reacción inflamatoria más potente», señala Javier García Casado, investigador responsable de la Unidad de Terapia Celular del Centro de Cirugía de Mínima Invasión Jesús Usón de Cáceres (CCMIJU).
No obstante, considera que «un aspecto favorable de esta investigación es el hecho de que (en general) los monocitos inflamatorios de ratón y los de humanos son muy parecidos entre sí», señala este científico.
Cardioesferas tras un infarto
Precisamente este investigador ha comenzado un estudio preclínico en el que se pretende demostrar que las células madre pueden tener aplicación en el tratamiento de las taquicardias ventriculares o arritmias que se generan como consecuencia del infarto.
Tras un ataque cardiaco las células que mueren dejan una cicatriz en el corazón que le impiden trabajar de forma normal, lo que da lugar a la aparición de arritmias. Aunque en la actualidad existen tratamientos para paliar este problema, no lo consiguen en todos los casos. «Hemos puesto en marcha un método para mejorar la expansión de células madre a partir de una muestra de tejido cardiaco y aplicarlas en el lugar exacto donde se genera la arritmia», explica García Casado.
En el tejido cardiaco existen células madre residentes, o adultas, pero en una proporción muy pequeña. Cuando se extrae una mínima cantidad de tejido (ellos lo hacen sólo a partir de un gramo), se obtienen en primer lugar unos acúmulos denominados cardioesferas y de ahí se van liberando un centenar de células madre. «Nosotros conseguimos pasar de unos cientos de células a millones. Pero lo innovador de nuestro trabajo es aplicar estas células como tratamiento de la arritmia», asegura este investigador que señala que la parte preclínica de este trabajo ha sido liderado por Ángel Arenal Maiz, del Hospital Gregorio Marañón, y por Verónica Crisóstomo Ayala, del CCMIJU.
No es el único ensayo que investiga el poder terapéutico de las células madre, aunque hasta el momento no han podido demostrar su eficacia sobre la mortalidad. De hecho, este centro también está involucrado en otro proyecto europeo que, de contar con la aprobación de la Agencia Europea del Medicamento, evaluará la seguridad de aplicar células madre de donante en un paciente que acaba de sufrir un infarto. «El procedimiento para obtener el número óptimo de células puede tardar semanas, y lo que se pretende es tratar a las pocas horas o días a los pacientes que han tenido un infarto. Por eso, se plantea el uso alogénico [de donante] y varios hospitales, como el Gregorio Marañón de Madrid, el Vall d’Hebron de Barcelona y el de Lovaina en Bélgica, junto con la empresa Coretherapix y nuestro centro queremos desarrollar este proyecto», añade García Casado.
Mejor prevenir
No obstante, este investigador reconoce que la mejor estrategia frente al infarto es no sufrirlo: «La mejor prevención es una vida sana».
Existe una posibilidad intermedia para evitar el infarto, si la ausencia de vicios no ha sido el leitmotiv en nuestra vida y esos malos hábitos han dejado mella en nuestras arterias. Ése es el objetivo de un trabajo, también con sello español, que ha desarrollado una herramienta con la que se puede visualizar la placa de ateroma, la principal responsable de un infarto al generar el estrechamiento de la arteria o un trombo que impide el paso de la sangre al tejido cardiaco.
El inicio y desarrollo de la placa de ateroma es un proceso inflamatorio crónico que empieza con la acumulación de partículas grasas que hacen un efecto llamada a otras moléculas del organismo, las células defensivas. De esta manera, a las grasas se unen monocitos, linfocitos, neutrófilos y plaquetas de la sangre.
Existen varios métodos para detectar si dentro de las arterias hay, o se está empezando a formar, una placa como la resonancia magnética, el TAC, la ecocardiografía, o el PET. Sin embargo, estas técnicas sólo pueden ver la placa como una especie de bolita en el vaso sanguíneo, es decir, sólo identifica su existencia. El método desarrollado por investigadores del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) va mucho más allá.
La tecnología basada en epifluorescencia multicanal de alta velocidad «es una forma de mirar con mucha resolución las placas de ateroma. Además, empleamos varios canales de fluorescencia y, de esta manera, podemos visualizar cada célula de un color diferente», explica Andrés Hidalgo, investigador del departamento de Epidemiología, Aterotrombosis e Imagen del CNIC, que junto con Vicente Andrés han desarrollado además un sencillo método que permite estabilizar las arterias para mejorar las imágenes que se obtienen de su interior.
Una placa de ateroma vista con la técnica del CNIC
Con este nuevo método, se puede conocer el tipo de células que intervienen en la formación de la placa de ateroma, cómo se comportan y de qué manera contribuyen a formar el tapón que luego puede derivar en un infarto de corazón, si éste se encuentra en la aorta, o en uno cerebral si el trombo viaja hasta el cerebro.
«De momento, hemos mirado sólo la arteria carótida en ratones porque es más fácil de exponer que la aorta. Y lo que hemos averiguado es que las primeras células que actúan para formar la placa son los neutrófilos. Se podría frenar su activación, pero el problema es que si quitamos estas células pueden conllevar importantes efectos en el organismo, pues ellas son las que se encargan de luchar contra los patógenos y evitar las infecciones», señala Hidalgo.
Por este motivo, su hipótesis para luchar contra los trombos y las placas de ateroma se centra en el siguiente paso que han visualizado con esta técnica de imagen. «Hemos visto que los neutrófilos se unen a las plaquetas. Si desarrollamos una terapia que vaya dirigida a evitar esa unión sin eliminar ninguna de las dos moléculas, podríamos evitar la formación de la placa sin eliminar funciones celulares importantes», apunta el investigador del CNIC. Ese será el paso que, junto con especialistas clínicos, quieren comprobar en otros estudios.
Por el momento, los resultados de esta nueva forma de visualización de las arterias, publicados en la revista Circulation Research, son innovadores por sí mismos. Como apunta Raphael Chèvre, principal autor de este trabajo, con esta herramienta «hemos demostrado por primera vez la reorganización subcelular de receptores presentes en los leucocitos adheridos al vaso inflamado». O como explica Hidalgo, con un ejemplo, es como si lo que antes se veía con un mapa mundia hora lo ves con Google maps, no es comparable el nivel de detalle con el que ahora puedes visualizar las arterias, algo que nos ha permitido saber cómo se une cada célula a la pared arterial, un nuevo hallazgo de gran importancia en el contexto de la aterosclerosis».
Fuente: El Mundo